miércoles, 10 de noviembre de 2010

Me gusta como hueles


Paramos en una tienda de veinticuatro horas, que se encontraba entre su barrio y el nuestro, para comprar bebida con la que aguantar el resto de la noche. En aquella época se podía comprar alcohol a cualquier hora. Con el pretexto de que estábamos en doble fila, que yo conducía, y que nuestro amigo estaba en la parte de atrás de un coche de tres puertas, le pedí a mi chica que bajase ella a realizar la compra. Cuando ella salió le dije a mi amigo, sin pensarlo, que no hacía falta que al llegar se quedara a dormir en el sillón y que podía acompañarnos en nuestra cama a bebernos la botella que íbamos a adquirir. Mi amigo respondió afirmativamente, pero a mi me quedó la duda de que lo hubiese entendido del todo.

Una vez volvió Montse al coche le pasó las bebidas a Julio y al mirarme comprendió que alguna proposición le había hecho a nuestro amigo y me sonrió. Él siguió con la misma aptitud de persona tímida, hasta que llegamos a casa, puede que la cantidad de “cubatas” que habíamos bebido fueran los causantes del atontamiento que demostraba el chico. Para bien o para mal, lo íbamos a comprobar pronto.

Una vez estábamos en casa el se fue directo para el salón, y se puso a buscar una cinta en el lugar que ya sabía que estaban. Montse relleno los vasos con ginebra y tónica, y cuando en la película comenzó la acción fuerte dijo que se iba a la cama. Yo esperé un rato y la seguí hacia la habitación, no sin antes hacer a nuestro amigo una seña con la cabeza para que fuese el tercero en emprender el camino de la habitación.

Cuando llegue a nuestra cama encontré a mi chica aún vestida y “liandose” un “porro”. Supongo que el material para hacérselo se lo habría dado Julito a lo largo de la noche, ya que era el único que tenía y nosotros no habíamos pillado. Esperé a que lo encendiese y le diese unas caladas. Pasó un tiempo, y cuando al ver que nuestro invitado no venía, le iba a proponer que se desnudase y saliese a buscarle, pero antes de que eso ocurriera, Julio entró en nuestra habitación. Había llamado con mucha educación y nos pidió papelillos. Montse le pasó el “petardo”, que aún tenía a medias. Se sentó en la cama por el lado de dentro, enfrente de un espejo que teníamos muy grande. Sólo llevaba unos calzoncillos de esos grandes y tras terminar el “canuto”, dejo los restos en el cenicero y se acercó al cuerpo de mi mujer.

Mis temores, de que le hubiésemos asustado se habían disipado. Se inclinó sobre ella y le dio un largo beso en la boca. Yo estaba realmente excitado. Volvió a besarla y la fue despojando de la ropa de cintura para arriba. Tras ser despojada del sujetador, ella se incorporó, le rodeó, y se puso de pies al lado del espejo. Le pidió que se levantara, cosa que le costo bastante, y le bajo los calzoncillos. Mi amigo estaba completamente desnudo, con su pene liberado de la ropa. Mi mujer, con sus preciosos pechos al aire, y, dispuesta a todo. Yo vestido y contemplando el panorama con sus cuerpos en primer plano y sus reflejos en el espejo.


La polla de mi amigo era un poco más pequeña que la mía, pero estaba bastante erecta, sobre todo considerando el “ciego” que llevaba. Estaba claro que mi mujer le gustaba. Ella, sin mirarme en ningún momento se agacho y acerco su boca al miembro. Julio en ese momento se debió de marear un poco y se tumbo en la cama. Mi mujer a la altura a la que estaba le siguió, y una vez que él se apoyo en la cama, ella se la tragó entera. Empezó a bajar y subir la cabeza, y con la mano derecha le masturbaba. Él comenzó a gemir, con una mezcla de placer y como si le diera vueltas la cabeza.